La untuosa voz del
locutor amasa lentamente las palabras: “Una irresistible tentación [breve
pausa] de dulce de leche”. Es el comercial de radio AM (¿alguien escucha
todavía AM? Pues yo sí) del alfajor La Recoleta.
Sabemos que las publicidades son por definición exageradas y
en muchos casos lisa y llanamente mentirosas. Entre la del My Urban, que hasta
donde yo sé no hizo ninguna revolución, y ésta, tenemos dos ejemplos perfectos.
Porque de tentación, una vez que lo abrís,
el Recoleta no tiene nada. Y de irresistible, menos. Más bien les
convendría, queridos lectores, por vuestra salud, resistir lo más que puedan.
El alfajor La Recoleta no merecería el calificativo
de muy malo si se promocionara como el Grandote, pero se autodenominan
“Premium” y tienen un paquete bastante pretencioso, y bajo esos parámetros da ganas
de llorar.
Por cierto, este alfajor pesa 72 gramos y aporta 269 calorías. Se asemeja, en cuanto a tamaño e información nutricional, al Vauquita (80 gramos, 297 calorías). Son dos casos raros, porque siendo dobles pesan casi como un triple.
La sospecha comenzó, como suele ocurrir, al olerlo. Era
definitivamente un olor dudoso, ambiguo, que tenía más de limón que de chocolate, galletita o dulce de leche. Al
chocolate (a su imitación, porque es repostería) costaba percibirlo. Una exagerada cantidad de limón artificial
para disimular otros olores —o bien su ausencia— es una jugarreta imperdonable,
creadores de alfajores.
Por supuesto, estos temores se vieron confirmados cuando
saboreé un pedacito de cobertura que salió volando al cortar al alfajor en dos.
Ahí directamente emití un “mmm” audible.
Pero no de placer, sino de desconfianza creciente.
No sabía que
tantas cosas podían estar mal en la consistencia de un alfajor hasta que probé
el Recoleta. La cobertura es una aberración. Patinosa, de un sabor desde
luego artificial, insignificante, y, lo peor, que se deshace en granitos al
morderla. Y luego, permanece en las
muelas tal como lo hace el baño de repostería del Guaymallén, como plástico
o chicle. Se parecen tanto que hasta creí que me iba a dejar el paladar esa
sensación tan extraña. Por suerte eso no ocurrió.
Luego, la galletita, que a pesar de que cuenta con la
blandura adecuada, de a ratos se aísla del resto del alfajor y nos obliga a sentir su no-gusto, su
insipidez extraordinaria. Si tienen la oportunidad, hagan la prueba de morder tan sólo cobertura y masa y vean qué
experiencia tan desagradable. Es el sabor típico de un alfajor berreta, de
uno muy barato. En muchos aspectos, el propio
Jorgito o alfajores de ese precio lo superan con creces.
En cambio, el
dulce de leche lo salva del desastre, aun sin ser demasiado especial. La
cantidad es generosa, pero no mayor a la de alfajores con relleno
verdaderamente abundante como el Vauquita. Es
muy cremoso, y ésa es una gran virtud, muy dulce, aunque tampoco es nada de
otro mundo, y con un notable gusto a
leche. Deja una sensación rara en la boca: las amígdalas quedan ardiendo levemente, como con la comida
picante, y supongo que de ahí vendrá lo
de “intenso”. Buoh. Lo único que es seguro es que esa “intensidad” deviene acidez en pocos instantes.
Pero como de todas formas el dulce de leche está
bien, y es muy cremoso, y el resto de los componentes son al mismo tiempo
blandos y en cierta medida, cuando no estorban, le ceden el protagonismo, el alfajor es comible. Sin embargo, en la
relación precio-calidad es de lo peor que he probado.
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