Comparar alfajores de
este tipo significa arrancarlos de su función natural. Está claro que bestias de ochenta gramos cumplen una
función que va más allá del mero deleite gustativo. El Jorgito, y sobre todo el
Jorgelín, son alfajores de subsistencia,
alfajores cuyo fin principal es brindarnos las calorías necesarias para
sobrevivir varias horas sin ingerir nada más, para zafar un almuerzo, para ir a la guerra, en última
instancia. Son baratos y humildes. De manera que debemos advertir que estamos siendo injustos al no tener en
cuenta su capacidad de saciedad en esta reseña.
Varios motivos tenemos para ubicar también al
Vauquita dentro de la categoría de alfajor de subsistencia. Su peso, por
empezar: 75 gramos, un número
descomunal para un alfajor doble. Y luego, sus calorías: 296. Pero hay todavía
otras características de este género presentes en el Vauquita, las que son
consecuencia de las condiciones de fabricación de alfajores de este tipo: su
robustez y su mala calidad.
En efecto, el
Vauquita es un alfajor de tamaño considerable, con una cantidad de dulce de
leche llamativamente abundante. De hecho, es lo que lo caracteriza. Que te
deja pipón pipón, te deja pipón pipón,
pero no por la vía más gratificante.
Pareciera que los creadores del Vauquita no le pusieron mucho empeño:
decidieron cortar por lo sano, meterle mucho dulce de leche, sumarle por
compromiso otros dos componentes y a la cadena de fabricación. El resultado
está a la vista. Todo lo que ocurre por
encima y por debajo del dulce de leche es desastroso, y por lo tanto la
consistencia global del alfajor (el rasgo más importante de todos, insistimos)
fracasa estrepitosamente. Entre la cobertura de glasé, que de gusto no está
mal, y la masa, no hay el menor contraste; son vagamente blandas, pero blandas
en el mal sentido, desdeñosamente blandas. No es que la blandura cumple la
función de subrayar el dulce de leche, porque difícilmente cumpla alguna
función: simplemente habrá sido lo más fácil y barato de hacer. Luego se mezcla
con el dulce de leche y en la boca
ocurre algo indefinido y pastoso que en ningún momento vale la pena. El
sabor de la galletita en un principio me transportó a la colonia de vacaciones
infantil, en la que un alfajor Fulbito y un jugo ya no sé qué marca hacían las
veces de merienda, pero en realidad creo que se asemeja más bien al de un feo
alfajor cordobés. La memoria no suele ser muy precisa.
Y el dulce de leche tampoco merece grandes halagos. Es lo dulzón
(no dulce, dulzón, que no es lo mismo). Empalaga bastante y es un tanto
granuloso. Si pensás comerte uno entero, tené a tu lado un saché de leche
porque el Vauquita deshidrata.
En la vereda de enfrente, el Jorgelín, que se yergue
orgulloso. En principio su imagen resulta mucho más atractiva: sólido, de contornos cuadrados,
agradable de sostener. Eso si no tenemos en cuenta la inaudita falta de ortografía de su paquete amarillo: GLACEADO,
encima en mayúsculas. ¿Qué onda? ¿Cómo ocurrió eso? ¿Cómo es que un alfajor
que se vende hace tantos años circula impunemente con ese horror ortográfico a
cuestas? Rarísimo. Ya vamos a averiguar. Por el momento nos limitamos a
engullir.
El aroma nos ofrece una impresión cabal del sabor del
alfajor: en lugar del vaho incoherente
del Vauquita, éste es un olor muy característico, con mucha vainilla pero
también con un toque de limón, lo que en alfajores glaseados no es tan
usual. Al pegarle un primer saque, experimentamos placer sensorial rápidamente. Y alivio, por supuesto, porque
veníamos de masticar un Vauquita y el contraste es enorme. Que la cobertura de
glasé, mucho menos gruesa, sea tan
crocante, le aporta muchísimo a la consistencia global. También la doble alternancia entre dulce de leche y
galletita evitan el empalagamiento. Pero déjenme aplaudir a la masa: es
extraordinariamente húmeda, fresca,
y esta vez en el mejor de los sentidos. Su extraño sabor a limón es extraño
porque, a diferencia de las galletitas de alfajores de chocolate, ésta es de
pura vainilla, como delata su color, mucho más claro que el del Vauquita.
Interesantísima.
Pero además el
Jorgelín es realmente gigante, a tal punto que no podía sacarlo del
paquete, y llena muchísimo empalagando mucho menos. Pesa 85 gramos y aporta 315
(¡!) calorías.
El dulce de leche es
aceptable. No viene en cantidades copiosas pero eso importa poco porque
encastra muy bien en el concepto general del alfajor. Si no me equivoco, es el
mismo dulce de leche del Jorgito: bastante oscuro, ni muy sabroso ni muy
cremoso, pero correcto. Una cosa rara del Jorgelín es que de vez en cuando deja
pequeños trocitos de masa dura, mal cocida, con consistencia como de coco,
aunque claramente no es coco. Vaya y pase, queda perdonado.
Conclusión: sólo un
antojo de cantidades groseras de dulce de leche justifica elegir el Vauquita.
En todo lo demás lo supera ampliamente el Jorgelín, alfajor dignísimo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario