Hace unos años, ya no sé cuántos, hizo su aparición en el
mercado un alfajor que se decía, a través de numerosos carteles publicitarios, revolucionario. Puro humo, por supuesto. Se trataba de un alfajor más, y los que
salimos a comprarlo a los pocos días de su lanzamiento nos decepcionamos. Desde entonces la mayoría de los amantes de los
alfajores le guardamos rencor, no
sólo por esa desleal campaña publicitaria sino también por ese cipayismo inexplicable que los condujo
a bautizar con un nombre en inglés una golosina típicamente argentina y de la
que no se tiene registro en ningún país angloparlante.
Pero como me debo a
ustedes, estimadísimos lectores, tragué saliva y pedí avergonzado un maiurban,
por favor. El kioskero me miró de reojo y dubitó un momento pero finalmente
condescendió a entregármelo. Y me lo comí y lo reseñé.
Nobleza obliga: el My
Urban está muy bueno. Tengamos presente que es un alfajor de clase media,
digamos, a la par del Milka, el Smack, cosas así (más allá de su desconcertante
etiqueta de “Premium”. ¿Premium qué,
boludón?). Sin embargo, pesa un poco más que todos ellos: 65 gramos, y es bastante más
engordante: 245 calorías.
El My Urban huele
como deben oler los alfajores. Es un aroma intenso, muy similar al del Terrabusi, con un toque
de limón pero más leve. Su causante es, claro, la cobertura, que no es
chocolate genuino, sino baño de
repostería; una cobertura muy gruesa, de contextura extraña, como de turrón
blando, porosa, y que se desprende demasiado fácilmente, al
punto tal que al partir el alfajor en dos la capa superior quedó separada del
todo, en posición vertical. Pero esta singular característica contribuye a una excelentísima consistencia: el alfajor
se quiebra como Dios manda; sensorialmente hablando, es una experiencia difícil
de igualar. Porque el baño repostero
cruje por encima y por debajo cede; al mismo tiempo cede la masa, muy blanda, y
todo se mezcla con un dulce de leche muy cremoso. El equilibrio, en este
aspecto, está muy logrado. El Vauquita y el Bimbo comparten en cierto sentido
la blandura, pero no creo que lo igualen.
¿En qué falla, entonces, este alfajor? Yo digo que no encuentra su identidad y la falsea un
poco. Si bien la cantidad de dulce de leche es la adecuada, y si bien tiene
una gran consistencia, escatima en profundidad: no es demasiado dulce ni demasiado sabroso, y se termina diluyendo.
Y tampoco el baño de repostería se transforma en protagonista, porque debido a
su extraña consistencia tarda en revelar
su sabor; es hermético, hay que chuparlo
(a falta de un sinónimo más decoroso) más tiempo que el ideal para sentirle el
gusto, y cuando por fin aparece, el dulce de leche ya se perdió en la boca. De
todas maneras, a esta débil presencia general puede vérsele el lado positivo:
el My Urban apenas empalaga, y
aunque pesa y engorda más que la mayoría de los alfajores dobles, pareciera
saciar menos.
En cuanto a la masa, no tengo mucho para decir. La
verdad es que me cuesta mucho distinguir el sabor específico de cada galletita;
sea al alfajor que sea, apenas le encuentro gusto. Sí puedo señalar que deja
demasiadas migas y que se asemeja más
que ninguna otra a la del Cachafaz, en lo tocante a su blandura y su fácil
disolución.
Los invito a deponer las armas y a darle una chance
al denostado My Urban. Es un alfajor más que aceptable y merece una segunda oportunidad.
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