Varios años antes de que yo emprendiera esta tarea de
analizar y cotejar todos los alfajores más o menos accesibles del mercado porteño, otro blog, cuyo dueño es el ya legendario Lord Khyron, había hecho lo propio con mucha más originalidad, desde luego, y
mucho más conocimiento. Sin este antecedente yo difícilmente hubiera dado
origen a este proyectito. El hecho es que en
ese blog, aquí, se dice que los Terrabusi y los Havanna glaseados son iguales.
En realidad, se trata de un antiguo
rumor que dio lugar a mucha literatura, especulación y, entre otras cosas,
a esta hermosísima canción punk que nos
acercó por Twitter el Trivi. La cuestión es que semejante leyenda movió
mi curiosidad e, incrédulo, me dispuse a comprobar en carne propia cuál era su
grado de realidad.
PATRAÑAS.
Estos dos alfajores son
apreciablemente distintos. Los une el color blanco por fuera (eso si el
Jorgito ya no es puras migas cuando llega a tus manos), un peso similar (50
gramos el Jorgito, 48 el Havanna) y no mucho más. Son bien distintos, y sólo oliéndolos la diferencia se patentiza.
El aroma del Jorgito es, como ya dijimos en alguna reseña, agresivo y
artificial, aunque no necesariamente desagradable. Es el típico olor del
Jorgito; muy difícil desconocerlo. El del Havanna, por su parte, es muchísimo
más discreto, hay que acercarse al alfajor (hot) para percibirlo, y no sabría
definirlo. Olor a merengue, supongo.
Porque eso hay que decirlo: la cobertura del Havanna es de merengue italiano y la del Jorgito, de
azúcar glaseada. Los paquetes mismos lo dicen. Uno podría pensar que eso de
merengue italiano es una esnobeada
para cobrártelo más caro, y supongo que en cierto modo lo es, pero la distancia
entre ambas coberturas es bastante considerable. Por empezar, tocás un Jorgito y te quedás con la mano
engrasada por dos semanas. Tienen texturas
muy disímiles, cosa que se puede apreciar en las fotos: la cobertura de azúcar glaseada es como la
luna, ponele, toda accidentada, con pozos, mientras que la de merengue italiano es lisa, lisa, lisa.
Y acá uno podría pensar nuevamente que ésas son boludeces, pura estética, y es
verdad, pero el Havanna tiene que dar
una mejor imagen, se caracteriza por eso.
De todas formas, también hay diferencia en el gusto. El
merengue es merengue, como el que se compra en copitos en el supermercado o
el que prepara con clara de huevo. Se deshace como un merengue y con un poquito
de atención tiene ese gusto. Y el
azúcar glaseada es azúcar glaseada, si la tocás con el dedo húmedo se te queda
pegada y tiene ese gusto. No hay mucho más que agregar. Sigue siendo rica.
La realidad es que el
alfajor Havanna es malo para sus aspiraciones. No se compara con su versión
negra. Falla incomprensiblemente en su
consistencia. Su cobertura de merengue es dura, muchísimo más que la del
glaseado per se, y eso no estaría mal si el resto de los ingredientes
acompañara. Pero no: la masa es también
excesivamente dura, sólida (y no sé si no tiene algo como de colación
cordobesa, quizá son delirios míos), y lo mismo el dulce de leche. Termina siendo
un mazacote, un alfajor compacto
difícil de tragar. Rico es, sin dudas, y el dulce de leche está buenísimo y
debe ser uno de los mejores del mercado en cuanto a sabor, pero ya comprobamos
la gran importancia que tiene la sensación que deja el alfajor al ser mordido.
Y en ese sentido, lo de Havanna parece una versión preliminar, un borrador.
Decepcionante. (Yo no sé, ahora que lo pienso, si el Havanna, por estar en ese
paquete confianzudo, no se habrá humedecido o algo así. Porque es raro que un
alfajor sea tan duro. Cuando lo quise cortar, tuve que hacer diez veces más
fuerzas que cuando corté el Jorgito. Ahí ya quedaba clara la diferencia) (nota posterior: al otro día comí otro
Havanna blanco y comprobé que sí, no es tan duro ni tan mazacote como el que
analizo en esta reseña, pero sigue siendo exageradamente macizo. Quiero que
quede claro: está bueno, pero de Havanna uno espera algo más).
En cambio el Jorgito,
siempre humilde, baratito, popular (siempre
preocupado por salvar del hambre al compañero; aporta 194 calorías contra
las 160 calorías caretas del Havanna), puede
tranquilamente competirle a su rival gorila, y sin apelar a la
grandilocuencia ni a cosas como “merengue italiano”. No, la receta es fácil: un
alfajor livianísimo al morderlo, que no
se parte sino que cede, como pan humedecido, ponele, con buena cantidad de
dulce de leche y no mucho más. Por supuesto que la masa es de mala calidad, que
el dulce de leche es artificial, que deja una impresión en la boca cuanto menos
ambigua, y que tiene ese intento de sabor a ¿limón? que yo qué sé... Pero
hagámosla corta, viejo, encontrás más
placer al comer un Jorgito que al comer un Havanna. Y al fin y al cabo, de eso
se trata.
Me encanta que podamos diferir en opinión, a mi me costó mucho diferenciarlos haciendo prueba ciega. Gracias por la mención y seguiré leyendo este espectacular blog!
ResponderEliminarA mí se me hace difícil de creer, Lord, que no hayas podido distinguir uno del otro. Sospecho que quisiste profundizar el mito.
EliminarHice varios testeos con otras personas y dio el mismo resultado en casi todos los casos. ¿Lo testeaste ciegamente con la ayuda de otra persona?
EliminarNo, pero es que me pareció tan notoria la diferencia que ni hacía falta. Cuando pueda hago el blind test.
EliminarMuy buen post, en particular, sigo prefiriendo el Havanna, tuviste mala suerte con el que reseñaste. Pero como decís, son ricos los dos, un gran punto a favor del Jorgito es que logran un alfajor aceptable con un precio mucho menor. De los baratos es el único que puedo comer.
ResponderEliminarUn saludo al autor y otro a Lord Khyron que veo aca arriba, otro gran alfajómano.
Sí, pero de todas formas creo que el Havanna glaseado (no así el negro) tiene una gran deuda con su consistencia (me comí unos cuantos porque me regalaron una caja, je). Lo que quería destacar, en todo caso, era que en la relación precio-calidad el Jorgito sale ganando, aunque tal vez con el veredicto final me haya apresurado un poco.
Eliminar¡Muchas gracias por leer y por comentar!