Podríamos decir que estas tres versiones constituyen el
punto de partida, los cimientos, del resto de los alfajores del mercado.
Terrabusi, Capitán del Espacio y Jorgito, ergo, todo lo demás. Ésta es, por lo
tanto, sólo una reseña, la primera que hago de ellos, pero no la última ni la
definitiva. Es de esperar que al final de este viaje, o en alguno de los
intervalos, me encuentre con que mis gustos y mis criterios se han vuelto más
finos y profundos; entonces ya no debería medir de la misma manera a estos tres
pilares. Estoy absolutamente abierto a ese futuro. Es más, voy en su búsqueda.
Pero por algo se empieza.
Como ya es hábito, comparemos primero desde el punto de
vista más formal. El Jorgito pesa 55 gramos (es decir, 5 gramos más que su
versión glaseada) y engorda, atención, 220 calorías. El Terrabusi, por su
parte, pesa 50 gramos (doce gramos más que su alter ego blancuzco) y contiene
202 calorías. Y por último, el Capitán del Espacio, que comparte el peso aproximado
de 53 gramos con la alternativa glaseada, pero engorda un poco más: 220
calorías, más o menos, al igual que el Jorgito. En cuanto a la cobertura, en
sendos casos consiste en baño de repostería, como aclaran sus respectivos
paquetes.
Y ahora vamos con lo más arbitrario.
El solo hecho de olerlos nos deja algunas impresiones que
después se confirmarán. Es desde un principio el Jorgito no tiene absolutamente
nada que hacer frente a los otros dos. Es excesivamente artificial, aun en su
aroma. En otro orden de cosas, también resulta ser, por lejos, el que más dulce
de leche tiene. Fin de sus virtudes. Su galletita es de lo peor: insulsa, de
consistencia vaga. Uno siente que pierde el tiempo o, peor, espacio en su pobre
cuerpito en vano, al ingerir esa masa. No por nada su color es mucho más claro que
el de los otros dos alfajores. Me hizo recordar esas facturas de color
indefinido que, todos lo sabemos, se hacen con las sobras de vaya Dios a saber
qué siglo. Los componentes del Jorgito parecen simplemente imbricados, aislados
entre sí, fácilmente separables. Y si bien en los tres casos la cobertura es
repostería, la del Jorgito es incomprensible: una cosa patinosa, insípida, más
parecida al plástico que al chocolate. De ésas que hay que chupar un buen rato
para sentirle algo de sabor, y el esfuerzo tampoco garantiza gran cosa. Y el
dulce de leche, a pesar de su abundancia, nos hace sospechar. Tiene una
consistencia como granulosa, algo similar al dulce de leche (o lo que sea)
Vauquita. Por supuesto que es más o menos rico, pero no es para nada gratificante.
Deja una sensación como de indecencia, como cuando nos damos un atracón de
algún postre improvisado y triste. Lo que prima en el Jorgito es la
artificialidad. Muy, muy flojo.
Terrabusi: lo primero que advertimos al disponernos a
devorarnos uno de estos ejemplares es su evidente aroma a limón; es una jugada inusual para un alfajor de su precio, pero le sienta bastante bien. El baño de repostería tiene un
sabor muy característico, con mucho de limón, claro (aunque todo el alfajor
tiene ese dejo, está patente sobre todo en la cobertura). Se trata de una
repostería más que interesante, cuyo sabor se distingue, a diferencia de la del
Jorgito, de inmediato. La masa también es digna; más que nada, por su
consistencia: al igual que su versión glaseada, es muy agradable a la mordida y
al tacto lingual. Voy descubriendo que cuanto más oscura es la galletita, más
sabor tiene. La del Terrabusi, pues, es la más oscura de las tres, y la mejor,
aunque quizá le sobra presencia, ahora que lo pienso. Del dulce de leche no
queda mucho más que decir: prolijo, rico, también con saborcito a limón. El
limón reina, en definitiva, y es imposible escaparle. Eso, reflexionando un
poco, también puede intepretarse como un artificio no del todo noble. Al fin y
al cabo, predomina en exceso por sobre los otros componentes tradicionales del
alfajor. A favor de esta característica, hay que decir que aporta cierta
frescura, lo que lo hace menos empalagoso que los otros dos. Pero tapa, o
disimula.
El Capitán del Espacio es el más interesante de los tres. Su
baño de repostería, si bien menos llamativo a primera impresión que el del
Terrabusi, es apreciablemente más sabroso y más cercano al chocolate. Se quiebra
de manera estupenda. Un mordisco del Capitán del Espacio deja una sensación
casi gloriosa, propia de un producto de buena calidad. Su efecto es gradual: al
masticarlo, los tres componentes del alfajor se van integrando poco a poco, y
la mezcla final es excelente. No recurre a sabores externos como el del limón:
apela al chocolate. La masa no es la gran cosa. Es más discreta que la del
Terrabusi, pero por fortuna, porque deja lugar al dulce de leche, que también
es el mejor de los tres, a tal punto que es posible terminar,
involuntariamente, concentrándonos únicamente en su sabor, cosa que es
imposible en los otros casos. Nuevamente, ese sabor discreto, delicado, del
Capitán del Espacio, que no demanda tanta atención, sino que se deja descubrir.
El alfajor como unidad, como mundo en sí mismo, resulta mucho mejor que su
versión glaseada, en buena medida gracias a su cobertura. Es el mejor de los
tres.
El Jorgito, concluyendo, es una cosa sosa, poco lograda,
bruta. Se le valora su capacidad de saciedad pero en este caso ni siquiera es
tanto mayor. De hecho, creería que esos cinco gramos de más sobre el Terrabusi
no es otra cosa que un manotazo de ahogado para contrarrestar en la
formalidad la evidente inferioridad de su calidad. Queda muy lejos de sus
competidores.
Y el Terrabusi, repito, es una opción muy digna, arriesgada
y genuina. Pero buen alfajor, lo que
se dice buen alfajor, es el Capitán
del Espacio.
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