Hay algo en los alfajores…
El alfajor es un mundo. Un mundo con sus confines bien
definidos —el paquete, quiero decir—, un mundo que se cierra silenciosamente
sobre mí mismo, un núcleo bien condensado. Ahí, sobre la palma de una mano,
cabe un todo en sí mismo, distinto, radicalmente distinto, de otros
todos-alfajores-mundos.
Poquitas cosas tienen una identidad tan auténtica como un
alfajor, sea cual sea. Al menos, de poquitas cosas podemos distinguir un estilo
tan propio. Porque ésa es otra cosa: no hay elitismo entre los alfajores. Abra
usted, quienquiera que sea, dos alfajores distintos, y verá cómo, con un
poquito de esfuerzo, logra diferenciar dos idiomas contrapuestos. Son
accesibles; son, como se dice, populares, peronistas.
Emprendo entonces la simple tarea de catar alfajores, de
compararlos, intentado ser lo más minucioso e imparcial posible, y confiando en
que al final del largo viaje me esperen un mayor entendimiento y una mayor
comprensión de este misterio que llamamos la vida.
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