miércoles, 15 de junio de 2016

A modo de manifiesto

Hay algo en los alfajores…

El alfajor es un mundo. Un mundo con sus confines bien definidos —el paquete, quiero decir—, un mundo que se cierra silenciosamente sobre mí mismo, un núcleo bien condensado. Ahí, sobre la palma de una mano, cabe un todo en sí mismo, distinto, radicalmente distinto, de otros todos-alfajores-mundos.
Poquitas cosas tienen una identidad tan auténtica como un alfajor, sea cual sea. Al menos, de poquitas cosas podemos distinguir un estilo tan propio. Porque ésa es otra cosa: no hay elitismo entre los alfajores. Abra usted, quienquiera que sea, dos alfajores distintos, y verá cómo, con un poquito de esfuerzo, logra diferenciar dos idiomas contrapuestos. Son accesibles; son, como se dice, populares, peronistas.

Emprendo entonces la simple tarea de catar alfajores, de compararlos, intentado ser lo más minucioso e imparcial posible, y confiando en que al final del largo viaje me esperen un mayor entendimiento y una mayor comprensión de este misterio que llamamos la vida.

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